El santo de las premoniciones decimonónicas
Alrededor del mundo la orden los salesianos sigue vigente/ El día de Epifanía de 1870 tuvo un sueño profético/ Con antelación meses antes de ocurrir presagió un atentado en su contra/ Algo sobre Don Bosco…
Carlos O. Morales…
(Dedicado a Antonio Sandoval T. por los 20 años de la Fundación Don Bosco)…
Hablar de San Juan Bosco es muy complicado y bastante difícil, pues es un dilema el no caer en la repetición y el plagio de la forma de pensar de cientos de personas que a lo largo de dos centenarios lo han hecho en diferentes épocas, de ahí mi dedicatoria a Antonio Sandoval.
San Juan Bosco, el sacerdote piamontés hace muchos años fundó la Orden de los Salesianos, concretamente en Turín donde se dedicó a recoger a niños abandonados, huérfanos y descarriados por la guerra.
El Día de Epifanía de 1870 de acuerdo a unos de sus biógrafos, tuvo un sueño, mismo que lo situó en el nivel de profecías de Fátima, parte de cuyos secretos parecen haberse cumplido, independientemente de lo que encierra aun el tercer sello, incluso varios meses antes de que ocurriera Don Bosco presagió un atentado contra su vida, ejecutado por unos pistoleros.
El atentado
Muchos calificaron de loco a Don Bosco lo que incluyó las amenazas y los peligros, unos pistoleros desconocidos le dispararon mientras enseñaba el catecismo a un grupo de sus queridos “briccini”, salió indemne, de acuerdo a Don Bosco salió sano gracias a la intercesión de su querida madre del cielo, María Auxiliadora.
Y esa actitud, la alegría que vemos reflejada en su rostro seria uno de los rasgos de la espiritualidad de los salesianos. Don Bosco mandaba a las monjas que estaban tristes que leyeran “Bertoldo y Bertoldino”, una de las obras más cómicas de la literatura italiana, y cuando se terciaba o intervenía, no rehusaba un buen jarro de “Chianti” el vino de su tierra piamontesa, mismo que bebía con sus clérigos o en compañía de sus “briccini”, había copiado de San Francisco de Sales este rasgo de jovialidad para combatir las tristezas del falso misticismo jansenista.
Una sentencia o viejo adagio que habría de quedarse grabada en la memoria de San Juan Bosco, “Si encuentras mucha resistencia, no trates de remontarla a viva fuerza; da un rodeo, porque más moscas se atrapan con un tarro de miel que con cien toneles de vinagre”.
Esto, después de la lectura de “Introducción a la vida devota” de San Francisco de Sales, pues le habría de servir de referencia para fundar su primer oratorio, que luego germinaría en la Orden de los Salesianos.
El humilde y disciplinado cura de Turín sólo creía en la dulzura y el amor como contraseña para abrirse paso a través de un campo minado por la contradicción, la incertidumbre y la desazón propia de los tiempos de impasse (dificultades).
El siglo XIX en el que vive Don Bosco (1815-1888) es todo él, pura brega. Se inicia con las guerras napoleónicas y concluye con la caída del Imperio Otomano y la difuminación de los restos coloniales españoles en América.
Entre medias, hay revoluciones como la del 48 en Paris, que derriban testas coronadas y propician la caída de poderes absolutos. Hay confiscaciones tan radicales como la de Mendizábal que despojaron a la iglesia española de su secular riqueza. En Rusia son emancipados los ciervos (1841) y el Papa pierde los Estados Pontificios.
Don Bosco llega a Turín
Cuando en 1841, Don Bosco, el humilde sacerdote provinciano, llega a Turín para establecer su primer hogar de niños pobres, la ciudad estaba envenenada por las sectas. El auge de las logias masónicas había radicalizado el clima político que respiraba toda Italia. Se hablaba de igualdad, fraternidad, solidaridad, pero todos parecían olvidarse de la justicia social. Turín era un refugio de niños abandonados.
En un acto de Fe en el hombre, y con la clarividencia que le representó siempre, San Juan Bosco habría de fundar una de las órdenes religiosas más liberal y democrática que nunca haya tenido la iglesia. Una democracia que empezaba abajo, en el pueblo. Las casas que abría tenían la sencillez y popularidad de las barriadas, en consonancia con el espíritu de los tiempos.
“Hace falta –escribía en 1852 al Papa Pio IX- una nueva congregación religiosa para los tiempos tristes que corren. Prefiero llamarla sociedad y no congregación. Tiene que articularse en votos simples, que puedan fácilmente dispensarse; con reglas llevaderas y con un hábito sencillo, que no llame la atención. Cada miembro debe ser para la iglesia un verdadero religioso y para el Estado, un ciudadano libre”.
Esta sencillez es la cualidad más atractiva en los hijos de Don Bosco, los cuales centran el objetivo de su apostolado en los hijos del arroyo, aquellos “brenchini” o golfetes del Piamonte a los que las numerosas guerras, los desarraigos y la orfandad iban arrojando como un lumpen desechable sobre los bordes de las grandes ciudades.
Don Bosco recorría los suburbios de Turín para reclutar a los jóvenes para sus oratorios, les libraba no solo de las alcantarillas y los vertederos, y sobre todo, de los peligros de la vida marginal. Les enseñaba un oficio, no quería hacer de ellos hombres importantes, ni primeros ministros, se conformaba con que fueran unos buenos menestrales, artesanos, trabajadores, productores capaces de fundar una familia y rendir luego fruto a la sociedad como hombres de provecho.
Hay que destacar que la iglesia desde su fundación, cual nave al mar, siempre estuvo habituada a la navegación en zozobra (cismas, herejías, guerras, la lucha por las investiduras) y se pensó que el espíritu decimonónico inflamado de exaltaciones libertarias y de fervorines románticos iba ser la puntilla de la iglesia como institución, sin embargo, aguanto el oleaje, sus murallas y adarves soportaron los embates de un Cavour y un Garibaldi.
El siglo XIX fue de exaltación y contradicción. Junto a las proclamas de derechos y deberes que intuyen un futuro mejor para la humanidad bajo el signo del progreso igualitario, aparece la miseria y la explotación de los tajos desde hasta quince horas, y el hacinamiento en las ciudades en condiciones infrahumanas junto al decoro de la burguesía explotadora.
Otro dato interesante de Don Bosco fue el de haber estado dotado de una gran bondad, y así fue su capacidad para predecir el futuro. Anunció con meses de antelación que alguien atentaría contra su vida, y así sucedió, desde entonces siempre llevaba en el bolsillo un rosario y una imagen de la virgen.
Profetizó la invasión de Paris por los prusianos y la muerte del rey Víctor Manuel y la vuelta al redil de la iglesia del masón Cavour, que murió penitente y reconciliado con la iglesia a la cual tanto persiguiera.
El día de la Epifanía de 1870 Don Bosco tuvo su sueño más importante, que después describiría así, “del sur viene la guerra y del norte la paz”, (¿predijo acaso la invasión callada que padeció Europa desde África?)
-La Babilónica de Occidente- es posible que anunciara la caída de Paris por dos veces a cargo de los alemanes, pero también es posible que se refiriera a la actual New York, sobre Roma, el ángel de la desolación vendrá cuatro veces, en la primera herirá sus tierras. En la segunda llevará el estrago y el exterminio a sus muros. En la tercera al imperio del Padre sucederá el reino del terror, del espanto y de la desolación sobrevendrán prevaricaciones en los doctos y en los ignorantes.
Estas cosas (así se han, manifestado desde siempre) sucederán muy lentamente. Pero la augusta reina de los Cielos estará siempre presente y llegará por cuarta vez. Disipará como niebla a sus enemigos y revestirá, después del huracán al venerable viejo (el Papa) de sus antiguos hábitos.
La iniquidad habrá terminado, el pecado tendrá fin y, antes de que transcurran dos plenilunios del mes de las flores, el iris de la paz aparecerá sobre la tierra. Aparecerá un sol tan luminoso cono se ha visto nunca.
Para concluir con esta pequeña remembranza de Don Bosco, solo resta decir que desde un ángulo de visión muy en contradicción con los tiempos de secularización que le tocó vivir, pero que son cosas misteriosas, que nos acercan a la trascendencia, en vida, sin embargo, anuncio de esta forma y con su estilo contradictorio, la derrota final de la bestia…
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