El Abrigo de Tláloc, increíble sitio Arqueológico

Ticumán, Mor. -Uno de los conjuntos arqueológicos más importantes del estado de Morelos, se localiza en el Valle de Ticumán, en el municipio de Tlaltizapán, al sureste de la entidad, a unos 45 kilómetros de la capital del estado. Este sitio denominado por antropólogos e investigadores de diferentes partes del mundo, como El Abrigo de Tláloc, lamentablemente resiente ya los daños de “graffiteros” y la destrucción de quienes amparados bajo el anonimato, se han llevado en los últimos años pedazos de piedra con pinturas rupestres que datan de una antigüedad de más de mil años antes de nuestra era, sin que autoridades del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), estatales o municipales tomen las medidas necesarias para evitar la destrucción de estos vestigios arqueológicos.
Los daños causados por estos depredadores de la historia de la humanidad, han tapado con pinturas en aerosol, partes importantes de los murales que integran el “Abrigo de Tláloc”, denominado así por el antropólogo español, Ramón Viñas, egresado de la Universidad de Barcelona, Laura Esquivel, de la Escuela Nacional de Antropología e Historia y Armando Nicolau, quienes visitaron por primera vez el conjunto de pinturas rupestres en junio de 1990, derivado del inicio de un curso de prehistoria de análisis de documentos rupestres ofrecido por Ramón Viñas en la Escuela Nacional de Antropología e Historia en la capital del país. En este contexto, la profesora Teresa Ortiz, una de las principales impulsoras del rescate de vestigios arqueológicos en la comunidad de Ticumán, considerada ésta como una “ventana al universo” por sus excepcionales condiciones climáticas y sus raíces milenarias, así como por sus tesoros diversos, que son huellas visibles de la posible presencia del ser humano en la región desde hace más de tres mil años. El que escribe, realizó un recorrido por la famosa Cueva del Gallo, donde se encuentran muy cerca las pinturas rupestres conocidas como El Abrigo de Tláloc, visitadas por los investigadores del INAH, así como por especialistas de diversas universidades del mundo entre ellas, España, Inglaterra y Estados Unidos, así como The National Geographic.
Para llegar hasta el sitio donde se encuentran las pinturas rupestres, fue necesario salir de la comunidad de Ticumán hasta las faldas de la zona conocida como “La Organera”, para iniciar una larga caminata por parajes llenos de vegetación, cuya zona es parte de la selva baja, con machete en mano los guías, Aristeo Reza y Tito “N”, abrieron paso entre los matorrales y arbustos, se cruzó varias propiedades de comuneros y la caminata se hizo larga por lo accidentado del lugar para llegar hasta la primera entrada de la Cueva del Gallo (conocida así por el cantar de un gallo precisamente en un lugar tan inaccesible de acuerdo a las viejas leyendas que se transmiten entre las familias campesinas de la región). En la entrada del lugar, se aprecia aún la figura del dios Tláloc, son visibles los daños causados a las pinturas rupestres por los vándalos que han llegada hasta la cueva, pero, aun así, se puede admirar en su esplendor las huellas de nuestros antepasados que hace más de cuatro o cinco mil años estuvieron en este sitio.
A diferencia de las explicaciones técnicas que del lugar dan los investigadores como, Armando Nicolau, Ramón Viñas y Luis Morett entre otros, para quienes por primera vez observan las pinturas y el lugar, es como llegar a una concha gigantesca (aproximadamente de nueve a 12 metros de largo por unos ocho o nueve de alto), ahí frente a uno lo primero que se ve es precisamente a un Dios Tláloc estilizado, junto a él manos y animales cuadrúpedos, así como lo que a simple vista son constelaciones pues hay estrellas, un sol y otros tres figuras de otros Tláloc, asimismo, de lado izquierdo hay un pequeño hoyo de 50 o 60 centímetros de diámetro que sirve de acceso a la cueva, la misma que está llena de murciélagos cuyos aleteos estremecen a los intrusos visitantes. Aquí, narró uno de los dos campesinos, Tito, “hace más de 10 o 12 años, se encontró dos cadáveres, uno atado al árbol que está frente a la cueva, y el otro fue sacado del interior de la cueva, estaba momificado, todo chupado, nadie se explica que pasó”, eso fue todo lo que habría de hablar durante el trayecto y el regreso de la cueva, pues justo cuando explicaba al grupo de visitantes las extrañas muertes, una víbora coralillo cruzó rápido entre los zapatos del reportero y los huaraches de Tito, y nervioso balbuceó, “ no quieren que hable, ahí que los lleve Aristeo, yo ya no camino más, no quieren que hable”, y aún con el miedo en los ojos, tomó un palo y esperó a que el grupo compuesto por, Carlos Oregón, Aristeo Reza, Jesús Tapia, Tizoc Cuellar y el que escribe llegara a la segunda entrada de la Cueva del Gallo localizada a unos 50 metros arriba del Abrigo de Tláloc para regresar poco después.
En este segundo acceso, el sitio está ubicado en una zona con mayores obstáculos, el camino se reduce, se hace más angosto y ya con el temor de la coralillo (Tito, repitió una y otra vez, que nunca anda una sola, siempre anda dos, nunca andan solas, insistió luego de detectarse este reptil en la primera entrada), y a diferencia del Abrigo de Tláloc, la entrada está protegida por una reja para evitar que quienes lleguen hasta el lugar puedan saquear lo que habría sido hace más de cuatro o cinco mil años un santuario o adoratorio dedicado al Dios Tláloc, pero grande fue la sorpresa para los guías, principalmente, la reja estaba destruida, un barrote fue arrancado y el lazo que se utiliza para el recorrido por la cueva, misma que en su interior incluso tiene hasta un tecorral, estaba roto, Aristeo Reza pudo pasar a través de la reja pero la falta del equipo adecuado obligó a un rápido regreso de este sitio que es toda una aventura su visita. Sobre los hallazgos de los investigadores en la Cueva del Gallo, la profesora Teresa Ortíz, explicó textual que de acuerdo a la aproximación del significado de las pinturas rupestres por el investigador de la Universidad de Chapingo, Luis Morett Alatorre, “ la temática de las 86 figuras encontradas a principios de la década de los 90s está presidida por representaciones del Dios Tláloc, asociadas con cuerpos celestes, cuadrúpedos, glifos y manos en negativo, es decir, temas emparentados con el Dios de la Lluvia, ciclo anual, fenómenos astronómicos y fertilidad, por lo que el primer análisis de la temática del abrigo indica la presencia de un santuario o adoratorio dedicado a Tláloc”, lo anterior tomado por Luis Morett de un informe anterior cuya cita textual es (Nicolau et al, 1991:16), para integrar posteriormente el documento denominado Aproximaciones a su Significado de las Pinturas Rupestres del Abrigo de Tláloc.
En esta explicación, Luis Morett Alatorre, apuntó que la recurrencia de las imágenes alusivas a Tláloc no deja lugar a dudas sobre la importancia de este personaje dentro del discurso pictográfico ahí representado, y en ese mismo sentido apunta la ubicación preeminente de sus distintas representaciones dentro del conjunto. Es así que la lectura general del campo simbólico al que aluden las pinturas no representa, ni ha representado antes un problema mayor. Asimismo, el investigador, señala que en contraste, el verdadero problema que implica el estudio de las pinturas rupestres gira alrededor de su ubicación cronológica y en la forma en que estás fueron introducidas a un ámbito que centenariamente habían venido siendo dedicado al culto de los númenes de la manutención, es decir, “ que significado pudo tener para el complejo religioso preexistente la aparición de representaciones pictográficas en los espacios rituales donde las conductas animistas habían prevalecido y de las cuales dan cuenta extensamente las ofrendas propiciatorias depositadas durante el último milenio antes de nuestra era, al interior de las cuevas y grutas de la región”. En este sentido, Luis Morett propone ensayar un acercamiento integral al significado del complejo pictográfico, intentamos leer, dice, éste en el marco de su propio discurso iconológico, asumido el conjunto como un área de actividad religiosa que debe ser confrontada con la evidencia arqueológica recuperada en el mismo abrigo y en las cuevas adyacentes, todo ello en el marco de la dinámica del patrón de asentamiento regional.
De acuerdo al documento de Morett Alatorre, señaló Teresa Ortiz, acompañada de la también profesora, Rosario Zúñiga, la explicación del científico tiene sentido, ya que al dividir en tres conjuntos las pinturas rupestres se tiene una mejor y más fácil explicación de estos hallazgos, por lo cual de acuerdo a Morett, el conjunto I, “se localiza en el extremo Este de la pared del Abrigo, casi sobre el corte hacia el lecho de la barranca, se integra por dos imágenes del Dios Tláloc y algunos elementos indeterminados y de difícil identificación, debido al deterioro que han sufrido con el tiempo, todos los elementos fueron pintados con pigmento blanco, su proximidad al límite de la terraza los expone a los agentes naturales y están destinados a desaparecer en algunas décadas”. Cabe destacar, que otro factor determinante en la afectación de las pinturas, es el daño que han causado en los últimos meses, visitantes que llegan con sus botes de pintura en aerosol, los cuales han pintado nombres encima de las figuras y símbolos que conforman las 89 figuras del Abrigo de Tláloc, lo cual podría acelerar el proceso de afectación y perderse antes de la fecha citada por el investigador de la Universidad de Chapingo. Asimismo, las dos imágenes de Tláloc, se caracterizan por la presencia de ojos anulares separados por una línea vertical que representa la nariz, debajo la característica bigotera simple, a diferencia del de abajo donde la bigotera remata en sus extremos con pequeños círculos, de ella se desprenden dos colmillos, mientras que el Tláloc superior presenta sobre él, un triángulo invertido, seccionado en tres partes interiores, la presencia de este último elemento sugiere su intención de acotar o aludir a un atributo de la deidad. El Conjunto II, se localiza en la porción Este de la pared de la terraza y se encuentra separado del conjunto III, por un pliegue de la pared, se compone de seis elementos, donde la figura central es precisamente la imagen de Tláloc, la misma que presenta anteojeras y bigotera con lengua bífida, al lado derecho de la bigotera se sobrepone de manera ligera un elemento no identificable, y al costado izquierdo un brazo y una mano impresa en negativo colocado ligeramente de perfil para su proyección, siguiendo la dirección que sugiere los dedos de la mano, dos cortas líneas paralelas y un poco más al Sur, otro elemento no identificable. Para Luis Morett Alatorre, en las pinturas rupestres hay un elemento difícil de traducir y el cual podría representar una serie de parcelas de cultivo, rodeadas o delimitadas por canales o bordos, los pequeños círculos superiores podrían aludir a gotas de agua, en ese sentido, se trataría de una invocación al temporal, una demanda de lluvia para los campos de cultivo. En este sentido, los supuestos anteriores sería una imploración a Tláloc para que enviará la lluvia o el temporal a las milpas, y las figuras de los cuadrúpedos sería un una forma de sugerir que los animales salían de la morada del dios de la lluvia, bienes de los que también provee la divinidad. En suma, de acuerdo a lo expresado por Morett Alatorre, son más de 13 conjuntos los que componen el complejo pictográfico, el principal se ubica en la porción central del recinto, el carácter preeminente se lo confiere no solo la ubicación física, sino también el concepto que ahí se expresa, en este Tláloc aparece antropomorfizado aparentemente en forma de un chamán enmascarado rodeado de una festiva serie de manos que sugieren distintas formas, los perros que encima de la escena se desplazan hacia el oeste, aparecen en disposición procesional hacia la boca de la cueva.
Por otra parte, la Cueva del Gallo, con una mayor atención por parte de las autoridades del INAH, el gobierno estatal o municipal podría significar para los próximos años, una fuente importante generadora de turismo con una mínima inversión para la apertura de un camino y la adecuación del Abrigo de Tláloc, ya que sería una zona arqueológica atractiva para los miles de visitantes que semanalmente llegan a los principales destinos turísticos de la región sur. En este contexto, la profesora Teresa Ortíz, manifestó el interés que existe entre miembros de la comunidad de Ticumán, para fortalecer el Museo local que actualmente está en proceso de modernización, “ estaríamos en condiciones de exhibir piezas que han sido ya catalogadas por expertos y se evitaría además el continúo saqueo de piezas arqueológicas de la región, principalmente de la Cueva del Gallo, la Cueva La Chagüera, y otros sitios en los que se han encontrado vestigios de mucha importancia para conocer el origen de quienes vivieron aquí hace ya miles de años”.

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